-Le imaginaba a usted muy diferente.
Agustín sonrió nervioso.
-La gente ha visto muchas películas- contestó con naturalidad el rechoncho hombre del otro lado de la mesa de madera casi noble.
-¡Pues me ha citado usted en una cafetería, y eso es muy peliculero!
-Es un sitio discreto. En fin, dejémonos de preliminares. Mi tiempo es valioso, y presupongo que el suyo también.
-Pues mire...Ya le habrá contado mi amigo.
-No, su amigo sólo me dijo que usted quería hablar conmigo. La discreción es crucial en este negocio: nada de nombres, nada de facturas y siempre olvida las caras.
-Ya, pues mire, resulta que es que hay una señorita que tiene unas fotos mías que son un poco comprometidas, porque resulta que...
-Nada de detalles, por favor. Supongo que usted quiere que ese material nunca vea la luz.
-Bueno, con que no las vea mi mujer, me conformo- Agustín sonrió, todavía más nervioso.
-Entiendo, y supongo que esa señorita ya le ha hecho un petición de dinero.
-En efecto, pero la cantidad es exagerada, mucho más de lo que yo puedo asumir. Eso es lo que quiero que haga usted, que negocie con ella la cantidad.
-No es problema. Presumo que está al tanto de mis condiciones.
-Sí, 3.000. Todo incluido. Van en el sobre.
-Junto a las señas y una foto de la susodicha señorita.
-Sí, va todo.
-Correcto, mañana, en este lugar y a esta hora, le haré entrega de esas fotografías en este mismo sobre.
-¡Me pregunto cómo lo va a hacer, ella me pedía 100.000!
-Un buen mago, mi estimado señor, nunca desvela sus trucos.
-No le hará daño. ¿verdad?
No hubo más contestación que un lacónico "buenas tardes".
Agustín se quedó ahí. Congelado, incapaza de reaccionar, de parar lo imparable, viendo salir a aquel señor calvo y regordete por la puerta.
¿Qué había hecho?
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