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martes, 23 de abril de 2013

Perfecta Comunión.

El Padre Tomás resultaba irresistiblemente admirable, por lo que había hecho, por dónde lo había hecho y por lo muchísimo que había arriesgado por hacerlo. "Es tan bueno que no parece un cura", había dicho de él un destacado líder anti-clerical. Informado del particular, el Padre Tomás se limitó a sonreír y replicar: "Es el cumplido más grosero que nunca me han dedicado".

El Padre Tomás recibía muchos premios, aunque siempre con el aire nervioso y el cierto sonrojo de quien no cree merecerlos. "Vengo a aceptar este premio por respeto a la amabilidad de todos ustedes por concedérmelo, aunque crea que hay gente que lo merece mucho más que yo". El dinero, que casi siempre lo había, siempre se ocupaba personalmente de que fuera para los que de verdad lo necesitaban.

Fue en uno de sus viajes para recoger un galardón que le tocó parar a comer en un pequeño pueblo. Había un bar que anunciaba menú casero y económico. Este sitio valdrá.

A punto de tomar el café, se acercó un particular a su mesa.

-Perdone que le moleste, padre. Me llamo Francisco y soy el párroco del pueblo. Sé que esta es una petición poco corriente...Bueno, en realidad es un atraco...pero me haría mucha ilusión que usted co-oficiara conmigo la Eucaristía de esta tarde.

El Padre Tomás no sabía decir que no, y, después de todo, no tenía nada de prisa.

La voz se corrió rápidamente y, por primera vez en muchos años, la iglesia estaba hasta los topes. Tal era el tirón del Padre Tomás.

-¿Ve, padre? ¡Para esto quería que usted estuviera aquí! Ahora, con suerte, algunos decidirán venir más a menudo.

El Padre Tomás aplaudió con una sonrisa la ocurriencia de su colega.

Llegado el momento de la Comunión, el Padre Tomás avanzó ceremonial y respetuoso para comenzar a darla. Los feligreses se fueron levantando y, en poco tiempo, una larguísima cola se formó delante de él. A su lado, nadie esperaba para recibir la Sagrada Forma de manos del Padre Francisco.

-¡No se apure, padre! ¡Es que a mí ya me tienen muy visto!

El Padre Tomás sonrió y después de que todos los de la fila hubieran comulgado, se giró para que lo hiciera su compañero. Se topó con una tremenda sonrisa.

-¡Creo que a mí es al que más ilusión le hace que me dé usted la Comunión!

-No tanta como la que a mí me va a hacer que me la dé un hombre de su humildad, Padre Francisco.

Hecha la despedida, sincera, de las de abrazo sentido. El Padre Tomás se dispuso a seguir camino. Montó en su utilitario y paró a echar gasolina a la entrada del pueblo. El empleado le reconoció:

-¡Hombre, padre, menuda ha liado usted en la iglesia! ¡Si es que había hostias para comulgar con usted!

El Padre Tomás sonrió por enésima vez desde que estaba en aquel pueblo. Él era de sonrisa fácil, y más en contacto con esa gente.

Sin duda, era un lugar al que merecería la pena volver, que conocer y convivir con la buena gente es el mayor premio que te puede dar la vida, aunque eso no tenga una importante dotación económica.

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