La seguridad que rodeaba a aquel palacete era casi tan impresionante como el sitio en sí. Ya había perdido la cuenta de los puestos de control, puertas blindadas y anillos de seguridad que habían franqueado.
-Siento las molestias, doctor, pero el señor Arteaga tiene mucho miedo a que alguien intente secuestrarle a él o a alguien de su familia.
-No se preocupe...¿Seguro que no me puede revelar el objeto de esta visita tan precipitada?
-No me está permitido, el señor Arteaga en persona la hará.
Y, por fin, después de tantos obstáculos, entró en el inmenso despacho del famoso Amadeo Arteaga.
Era más bajito de lo que parecía en televisión.
-¡Doctor Buagrada, por fin, le estaba esperando! ¡Apúrese, me temo que es cuestión de vida o muerte!
-¿Cómo vida o muerte? ¡No, no, creo que hay una confusión: soy doctor, pero mi especialidad en la entomología...Los insectos, vaya!
-Ya, ya, lo sé...¡Por eso le he llamado! Mire, aquí está Zarco...Se comporta de un modo muy raro desde ayer...No ha probado bocado, ¿qué cree que puede ser, doctor?
-¡Oiga, me temo que "Zarco", sea lo que sea, se les ha escapado de su jaula!
-¡No, mire, aquí está!
-¿Aquí dónde? ¡Yo sólo veo un blato...una cucharacha!
-¡Pues eso, Zarco!
-¿Zarco es una cucaracha? ¿Me ha llamdo porque tiene usted una cucaracha en una jaula de dos por tres metros y se comporta de un modo raro?
-Sí, pero no pierda más tiempo, doctor. ¡Examínelo, examínelo!
Ese tío no necesitaba un entomólogo, sino un psiquiatra.
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