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miércoles, 13 de junio de 2012

Literatura Subterránea de un Barbudo de Mentira.

Resulta del todo inquietante que un escritor de talento se te quede mirando en un vagón de Metro y sonría.

Por fortuna, ninguno de los ocupantes de aquel cubículo suburbano conocía la verdadera identidad del señor de la mirada dulcemente aguda, y, en lo que a la sonrisa respecta, lo atribuían a simple buena educación.

"Mucha gente que lee tus libros no sabe qué pintas tienes o, mejor dicho, no te reconoce si te dejas barba para la foto de la solapa". Esta era la estrategia del Escritor: aparecer en público con una poblada barba de pega, con el fin de poder disfrutar del anonimato en sus expediciones por el Metro (barba, por cierto, que lo había hecho más conocido para el gran público que sus libros). Este era un detalle que había logrado mantener en el más estrito de los secretos y que sólo deseaba que fuera revelado después de su fallecimiento. Sin duda, los escolares del futuro no recordarían ninguna de sus obras, pero todos escribirian lo de la "barba falsa", con la vana esperanza de arañar algunas décimas en la calificación.

"Mucha gente usa los trayectos en Metro para leer, yo, en cambio, aprovecho para escribir". Así empezaba un capítulo de su autobiografía póstuma, que ya tenía prácticamente terminada.

"A menudo uno se encuentra carente de inspiración, de personajes en los que basar una historia. Entonces, la mejor solución que existe para mí es tomar mi abono transporte y viajer a cualquier parte en Metro. Allí están, esperándome, los protagonistas de mis nuevos relatos. Basta con mirarles, con observar sus gestos, oir un pedacito de sus conversaciones y la dichosas musas me dictan al oído párrafos y párrafos...¡Es maravilloso!" Así proseguía el capítulo.

"En resumen, amigo aprendiz de escritor, esta es la única enseñanza, o, mejor, el único consejo que puedo dejarte: viaja mucho en transporte público. Y también visita pinacotecas...Sí, mirando cuadros también me vienen muchas historias a la imaginación...En resumen, que el día que después de dos o tres estaciones, o cuatro o cinco cuadros, no me salga un relato, sabré que estoy listo para morir, porque ya estaré muerto". Así se cerraba el capítulo.

Cuando terminó de redactarlo, el Escritor no pudo reprimir una carcajada, imaginando los vagones de Metro llenos de jóvenes aspirantes a novelista del siglo en busca de inspiración.

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