Todo tiene un límite, si, eso ya lo sabemos. Lo que igual no tenemos tan claro es dónde está. Y el problema es que hay países tan diferentes y tan parecidos que la frontera -que en teoría está muy clara y perfectamente definida- se nos acaba difuminando en un mar de dudas y dilemas.
Toda esta parrafada tan pretenciosa para intentar explicar que, a menudo, uno no sabe cuándo un alumno ha de suspender y cuándo aprobar.
Es la maldición del juez.
Ya sé que el aprobado es 5. De hecho, creo que es lo primero que aprende cualquier estudiante (y lo que jamás olvida).
Pero, ¿qué pasa con el 4,9..?
Los hay que dejan caer todo el peso de la lógica matemática y califican con un suspenso. Pero son lo menos...¡hombre, por una décima!
¿Y qué pasa con 4,8? ¿Y con 7, y con 6, y con 5...?
¿Dónde está pues la frontera?
Uno se puede refugiar en "la actitud del alumno", pero, en realidad, la ayuda no es mucha. La decisiones siempre son decisiones.
Igual -supongo- le pasa al juez en su despacho del tribunal, al crítico gastronómico de la prestigiosa guía en la hora del café, o al inspector playero que concede las banderas azules...
Ya, ya, siempre hay normas claras y rígidas que uno debe aplicar pero, en mi opinión, juzgar basándose sólo en los fríos datos estadísticos es de cobardes (con perdón).
Porque nos pagan por decidir como y sobre personas, no por aplicar tablas, que esto lo sabe hacer hasta un ordenador.
Pero, de todos modos -y por mucho que me duela-, en cualquier competición siempre hay un primer perdedor, un 101 de las 100 plazas a concurso. Una persona que no lo logró por una cochina centésima.
Me duele, insisto, pero no se puede hacer nada, ignoro la manera de cambiar esto.
(Si la conociera, ya lo habría hecho).
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