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martes, 5 de junio de 2012

Hermanos de Allende el Atlántico.

"¡Estos...Estos...Bueno, me voy a callar, me voy a morder la lengua!"

Desde el asiento del copiloto, Ana se limitó a suspirar en silencio. No hacía falta que su padre dijera lo que que pensaba de "estos", sólo con la mirada y el gesto se entendía de maravilla.

"¡Pero, claro, así les va...a esa panda de vagos ineficientes! ¡Primero, hunden sus países con su cochina apatía, y ahora quieren hacer lo mismo con el nuestro! ¡Y mejor me callo!

Ana sintió la tentación de decirle a su padre que cumpliera de una vez con su amenaza de cerrar el pico, que, lo que quería decir, ya lo había dejado claro mil veces. Pero decidió que era mejor reprimirse.

Joaquín, el papá de Ana, adelantó a la furgoneta responsable de su enojo a fuerza de Mercedes y la perdió de vista, no sin antes dedicarle una mirada de odio retrovisada.

Joaquín -cincuentón temprano- está muy orgulloso de su adosado periférico, su Mercedes multibrillante, sus palos de golf y, en general, de que le vaya tan bien como abogado.

Joaquín siempre ha sido una persona de éxito, aunque su definición del mismo ha cambiado con el tiempo.

Y Ana lo sabe bien.

Fue un día, un par de meses atrás, cuando -trasteando por el trastero-, encontró un viejo cuaderno de su padre. Un cuaderno cargado de poesía fechada a principios de la década de los ochenta. Pero, no obstante, la carga poética era más bien de fogueo: principalmente poesía a imitación de los cantautores tan de moda por entonces.

Había un puñado de estrofas bastante cursis dedicadas a su madre -nada que ver con los ácidos versos sin rima que le había dedicado durante el proceso de divorcio- y algunos cantos de protesta política que poco o nada aportaban de nuevo.

Pero, sobre todo, había un poema titulado: "Manifiesto Por la Hermandad de los Pueblos Hispanos". Empezaba así: "¡Hermano del otro lado de los mares!, ¡Hermano lejano en la distancia pero de perpetuo adyacente a mí pecho!, Hoy te mando con mi verso el abrazo que brota de una misma sangre".

Sentada en el asiento del copiloto, Ana se preguntó si lo de su padre era evolucionar dejando atrás la estúpida juventud o un acto de alta traición hacia los propios ideales.

Y prefirió no buscar respuesta.

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