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domingo, 3 de junio de 2012

Gracia del Río (Un Pueblo con Poco de Ambas): El Prófugo Fructuoso.

Tienen fama los orangutanes de ser bichos muy inteligentes, y debe de ser así, porque un macho que tenían en el zoo de la capital de provincia -de nombre "Fructuoso", en honor al señor director-, se les fugó una tarde de verano y dio con sus huesos en Gracia del Río.

Se lo encontró el doctor Pérez-Piñón, mientras rebuscaba en los cubos de basura en busca de alimento (el animal, no el doctor, se entiende) y, como en las películas de Tarzán, el mono le miró, le dio la mano y se fue con él para su casa (la del doctor, se entiende). Fue, claramente, amistad a primera vista.

En principio, Pérez-Piñón habia pensado llamar a las autoridades para que se hicieran cargo del orangután -de hecho, la noticia se había dado en los medios y media provincia andaba buscándolo-, pero, cuando tenía el auricular en la mano (Pérez-Piñón, obviamente), el orangutan -haciendo gala de una sorprendente intuición- pulsó el botón de colgar, al tiempo que miraba con cara de pena al galeno.

Y ya sabemos lo sentimental que es Pérez-Piñon. Además, después de todo, la pobre criatura había sido encarcelada de por vida sin acusación ni juicio formal, y el doctor para esos temas es muy estricto y muy Robin Hood.

Desde ese día, "Fructuoso" vive oculto y prófugo de la justicia en casa del doctor, aunque las tardes de sol las pasa tumbado en el jardín. El resto del pueblo no sabe nada, aunque lo sospeche todo, y, en general, hacen la vista gorda, por lo que nadie hace preguntas cuando el médico compra veinte kilo semanales de plátanos. De hecho, ni siquiera Playero (de "Almacenes Playero") interrogó a Pérez-Piñón sobre la razón exacta de que le comprara un orangután de peluche de tamaño natural "a ser posible, hembra".

Y es que el pobre "Fructuoso", como todo ser vivo y coleando, tiene sus necesidades.

Dicen también las malas lenguas que el orangután atiende al teléfono y gestiona la agenda del doctor, rumores que Sagrario, la enfermera, rebate con un indignado desmentido.

Y ahí las malas lenguas juegan a ser peores, y rematan diciendo que, con la bata y la cofia puestas, resultaría practicamente imposible distinguir a Sagrario del orangután.


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