"¿Al Subsecretario General de Artes? ¡No fastidies! ¿A ése quién le va a intentar hacer algo?"
Zoltan y James no supieron cómo tomarse su nuevo destino. Por un lado, se podía inferir que encomendarles una misión tan sencilla y relajada era un premio por parte de la central a tantos años de fiel servicio, pero, por otro lado, ¿les estaban insinuando que estaban viejos, que quizas era el momento de dejarlo? Visto así, casi preferían pensar que se trataba de un castigo por algo que había hecho mal (ni sabían qué ni pensaban preguntarlo). Sí, tenía que ser eso: mandar a dos hombres de acción, a dos máquinas de combate a acompañar a un ridículo pedante con bigote a museos, teatros y exposiciones no podía ser sino un severo correctivo.
Muy severo, porque si el trabajo de escolta de por si ya era tedioso, en esta ocasión ni matar el tiempo charlando se podía. No, había que meterse en la sala a vigilar que todo estuviera correcto, y quedarse allí durante las interminables horas que duraban aquellas obras: dos, tres...y estarse bien calladitos.
En suma, que aquello les estaba quemando más que guardar las espaldas del Presidente o algún polémico opositor al gobierno.
-Lo que no entiendo, macho, es por qué no podemos esperar fuera.
-¿Y si hay algún perturbado entre el público? ¡Mira lo que le pasó a Kennedy!
-Fue Lincoln.
-A ése también. El caso es que puede haber cualquier loco.
-¡Locos ya están todos los que pagan por tragarse esos bodrios!
-Ya, es que ni una función en condiciones pillamos, leñe.
-Sí, porque digo yo, ¿qué le cuesta a este hombre llevarnos a una revista de vez en cuando?
-O, al menos, una de risas, de ésas donde se cuentan chistes y los tíos se visten de tías.
-Y no estas cosas de los maromos en pelotas dando voces y brincando por el escenario.
-¡Esta gente hace cosas en público que yo no haría ni en privado!
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