Luigi decidió que, sin duda, debía de ser su día de suerte. Alguno de sus clientes había recibido en su casa a Don Tomasino y éste había probado una de las mandarinas del puesto de Luigi. Y le había encantado.
Don Tomasino, el generoso tirando a derrochador amo de la zona sur de la ciudad, enamorado de sus mandarinas, ¡eso le podía solucionar la vida! De momento, le había comprado dos cajas a mil pavos cada una. ¡Mamma mía!
Todo eso pasaba por la cabeza del arquetípico frutero italiano mientras bajaba de su furgoneta las dos cajas para Don Tomasino, quien había pedido que Luigi se las entregara en persona.
"Las mandarinas de Don Tomasino", estas palabras habían sido el salvoconducto que le había conducido con total fluidez a través de todas las puertas -fuertemente custodiadas- que separaban al Don de sus enemigos -legales e ilegales-. Tan sólo en el último control lo habían cacheado y había revisado las cajas de fruta.
Luigi sólo conocía a Don Tomasino de la tele y los periódicos, pero en persona impresionaba mucho más, como toda la gente poderosa (aunque también le pareció mucho más bajo y gordo, como toda la gente famosa).
-Don Tomasino, il mandarini.
-Ah, eccellente, prego, prego!
Lugi hizo entrega de la cajas con la máxima reverencia de que fue capaz, beso en la mano incluido.
-qual è il tuo nome?
-Luigi Toscani, Don Tomasino.
-Ah. Luigi, come mio zio.
Luigi sonrió. Desde luego, no era el león tan fiero como lo pintaban, de hecho, era muy campechano.
Don Tomasino tomó una de las mandarinas de la caja y, al tiempo que relataba alguna anécdota intranscendente de su tío Luigi, la fue pelando. Por fin, tomo un gajo con máximo mimo y lo introdujo en su boca.
-Uummm, dolce, dolce delicatezza.
Luigi sonrió, hinchado como un pavo.
-Grazie, Don Tomasino.
-Ma...Pero hay una cosa que no soporto, amigo Luigi. Cuando una condenada pepita aparece y me arruina el placer de saborear la mandarina. ¡Qué suerte que tus mandarinas no tengan!
-Bueno, Don Tomasino, alguno puede que haya.
En ese mismo instante, el afable rostro de felicidad del Don se tornó del color amenazador y sombrio que le había escoltado hasta lo más alto de la pirámide del crimen organizado.
-Espero que no por tu bien, amigo Luigi. Ahora mismo me voy a tomar estas dos cajas, y como me encuentre una sola pepita...me enfadaré mucho.
-¿Se va a tomar las dos cajas de golpe? -dijo Luigi sacando valor del pánico.
-Amo mandarini.
Durante las siguientes tres horas, Luigi fue contemplando como -gajo a gajo- Don Tomasino daba parsimoniosa cuenta de las dos cajas de mandarinas. Luigi permaneció absolutamente inmóvil, con la certeza de cada bocado del Don podía traer aparejada una sentencia de muerte para él.
Por fin, terminada la última mandarina, Don Tomasino se limpió la boca con una servilleta y exigió: "pronto, acqua e sapone...! Es lo malo de las mandarinas, querido Luigi, que luego se queda un olor en las manos tan difícil de quitar...."
Luigi, empapado en sudor frío, tan sólo acertó a esbozar una sonrisa de tonto.
-¿Me...me puedo ir ya?
-¡Por supuesto, caro Luigi! Te han pagado ya, ¿verdad?
-Sí, sí -habría salido corriendo igual aunque no lo hubieran hecho.- Ciao, Don Tomasino.
-¡Ciao, Lugi, il meglio fruttivendolo de la citta!
-Grazie, grazie tanti...
-Por cierto, caro Luigi, las dos cajas de mañana, traémelas a las cuatro, que voy a comer tarde.
-Sí...claro, Don Tomasino.
Luigi decidió que, sin duda, se había precipitado con lo del día de suerte...
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