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viernes, 23 de diciembre de 2011

La Entrada Más Virguera que este Blog Jamás Viera.

Usted sin duda ya sabrá lo poco partidario que soy de que usemos palabras y expresiones sin preguntarnos de dónde denomios han salido. Esta afección de la afección por lo etimológico es algo que nos suele entrar a los filólogos y que, por mucho que uno lo intente, no se cura (mas que conste que yo nunca lo he intentado).

Un perfecto ejemplo es la "virguería". En efecto, eso que hace usted con la bola sobre la dura cancha de futbito, caramelizando acelgas entre fogones o transformando a un viejo ordenador en un "pepino que te cagas" con la ayuda de su sabiduría en el software y el hardware.

Pero, ¿cuáles fueron las primeras "virguerías"?

Lo crea o no, hubo una época en que para una jovencita había más vergüenza en haber estado con un hombre que en no haberlo hecho (no como ahora, que hay niñas que conocen antes a los varones que a los logaritmos). Por tanto, muchas se veían forzadas a encontrar la manera de echar bajo la alfombra sus correrías de pajar y alcoba, porque no quedaba otra si una quería casarse (eran tiempos oscuros -¡que duraron hasta hace bien poco!- en los que la única salida profesional de una mujer era casarse con un señor de buen bigote y mejor sueldo, y dedicarse a aquello tan difuso y esclavo de "sus labores").

Entonces era cuando la virguera entraba en acción. Con una habilidad extrema, la señora en cuestión reconstruía el himen (por favor, no me haga explicarle qué es eso, que me pongo colorado) y devolvía a la señorita al blanco y radiente estado de las que nunca han estado con un tío.

Y de ahí la expresión.

Ahora, a la vista del punto de visto etimológico del asunto, igual le cuesta más decir eso de que: "mi madre hacer virguerías para estirar los ingresos familiares".

¿O no? 

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