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lunes, 26 de diciembre de 2011

El Nuevo Trabajo de Ismael.

Había ya dado cuatro vueltas a la manzana y no se decidía. Ése era su problema, que era un indeciso, un "paraó". "Te ves en el paro por ser un parado", el improvisado juego de palabras le hizo reirse de puro nervioso que estaba.

"¡Vamos, coño, párate en la esquina de una vez!" Se había decidido hacía una semana, aunque, en el fondo era una de tantas cosas que pensaba que no tendría el valor de acabar haciendo...La historia de su vida.

Llevaba varios días recorriendo barrios muy alejados del suyo, sitios donde era seguro nadie le conocería, ni siquiera de vista. Eso era fundamentel. Y, por fin, había encontrado aquella esquinita, que le pareció perfecta: no estaba cogida y la zona era bastante comercial.

Por fin, conseguió detenerse en el lugar elegido. Allí se quedó un minuto o dos, sin saber qué hacer o, mejor dicho, cómo hacerlo. Acarició nervioso el cartón que tenía entre las manos, donde rezaba a rotulador: "Llevo cuatro años parado. Por favor, una ayuda o trabajo". Había decidido que recurrir a un cartel era lo mejor, porque con lo tímido que era, seguro que no se le iba a entender si intentaba hablar. De hecho, lo más probable es que se trabara de los nervios y el apuro.
 
Le había dado muchas vueltas al mensaje del cartelito. Al principió pensó en poner. "soy español", pero aquello le pareció racista. También se sintió tentado de inventarse una familia, pero él era honrado. Sin duda por eso se veía en aquella situación.

Su única familia era su hermana, la que le daba algo de comer a escondidas del cabrón de su marido. También le dejaba dormir con el sofá del salón cuando el susodicho cabrón estaba de viaje. Esa era la razón que le había terminado de empujar, que necesitaba para una pensión y no encontraba otra manera. Había intentado buscar un albergue, pero otros cientos en su misma situación se le había adelantado. En fin, al menos habían anotado en la lista de espera su nombre y el móvil de su hermana.

"¡No le des más vueltas, coño, y deja el puto cartelito en el suelo!" Ya estaba, ya era oficialmente un mendigo. ¿Qué hacía ahora? ¿Se ponía de rodillas? ¿Alargaba la mano? Al final, optó por sentarse en la acera y hundir la mirada en el cemento.

Y no pensar, no pensar en nada, sólo rezar para que nadie le dijera: "¡Ismael!, ¿eres tú? ¡Qué haces ahí, con lo bien que te iban las cosas hace unos años!"

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