"El zumbido se prolongó durante unos cinco interminables minutos más. "¡Caramba, le están dando bien ese fulano, no quieren correr riesgos!". A mi compañero parecía que aquello le estaba impresionando mucho menos que a mí. Entonces, tres golpes en la puerta. El yankee pulsó el otro botón y el maldito zumbido, por fin, cesó. "Bueno, pues ahora a esperar diez minutos". Por supuesto, había que dar tiempo al publico de aquel macabro espectáculo para que emprendiera la huida a gusto y sin prisas. "¡Es el tiempo en que el cuerpo tarda en enfriarse, ¿sabes?". Claro, también por eso, no había caído.
-¡Amigo, lo que vamos a encontrar ahí al lado no es agradable! ¿Quieres que me encargue yo solo?
-No -repliqué seco y severo, casi indignado. Era una cuestión de honor nacional: alguien había decidido que debía haber un representante británico en todo aquello, y lo habría hasta el final.
-Vas a ver, lo peor es el olor.
Tenía razón. Por fortuna llevaba casi un día entero sin probar bocado, porque habría vaciado la tripa por la puerta de emergencia superior si hubiera tenido algo dentro. Tampoco es que fuera muy agradable a la vista. Curioso que a aquello le llamaran progreso. Por fortuna, mi compañero se percató de la situación e hizo él casi todo el trabajo. Yo prácticamente me limité a sostener el gran saco donde metimos el cadáver.
Luego, con sorprendente mimo, mi compañero se puso a desmontar las piezas de su tétrico juguetito, hasta que sólo quedo una silla de madera. Guardó lo que le valía en una maleta y, como por arte de magia, sacó un hacha de no se sabía donde y me la entregó: "¡A por la silla!"
Me lié a hachazos contra aquel mueble con una rabia que me sorprendió incluso a mí mismo. No cabía duda, ese teatro del terror al que muchos llamaban justicia no era otra cosa que la venganza en su más pura, primitiva y cruel expresión. ¿Por qué me seguía prestando a participar en él? Quizás porque para mí ya no había escapatoria, estaba maldito para siempre.
El yankee se limitaba a reír mientras tomaba los pedazos fruto de mi carnicería maderera para meterlos en el mismo saco del cadáver. Su risa -poderosa y ronca- retumbaba en toda aquella habitación de muerte".
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