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domingo, 24 de julio de 2011

Los Casos de Woodchat Shrike: Una Casita de Campo cerca de Stevenage (8).

"Mi compañero tenía en sus manos una caja con un par de botones, y de la que salía un cable que, a través de un agujero en la pared, llegaba a la otro habitación. No había duda de cuál era su finalidad. Jugueteaba nervioso con ella. Yo cacé su mirada, y él me indicó con un gesto que todavía no era el momento.

Entonces, alguna de las misteriosas personas de la otra habitación le quitó la mordaza al alemán, intuí que esquivando un salvaje mordisco.

El reo empezó a chillar, con la desgarradora mezcla de ladridos y gimoteos de un perro rabioso al que están matando a palos. Yo volví a mirar al yankee, él volvio´a negar con la cabeza.

Los siguientes instantes fueron de los más angustiosos de mi vida. Yo no estaba acostumbrado a aquello, a la tensión, a la espera...Hasta ese día, todas las ejecuciones a las que había asistido había sido rápidas, limpias, eficaces. ¿Por qué hacer sufrir así al condenado? Fuera quien fuera, hubiera hecho lo que hubiera hecho, no se merecía aquella lenta agonía. Estuve tentado de tratar de arrebatarle la caja de control al yankee, pero no podía, mi deber era acatar las órdenes de un fantasma envuelto en la honrosa bandera de mi país.

Fue entonces que empecé a prestar atención a los gritos enloquecidos, enajenados del alemán: "¡Hiroshima, Nagasaki...Iremos todos juntos al infierno como los asesinos de gente indefensa que somos. Y también irá ese enano español hijo de puta, nunca me gustó, sabía que me acabaría vendiendo! ¡¿Qué le habéis dado a cambio de mi pellejo?!"

Y en ese momento, por fin, tres golpes secos en la puerta y el yankee pulsó con decisión uno de los botones. Un zumbido sordo y mortal se unió a los chillidos del alemán, y los convirtió en el berrido primitivo e inarticulado de un dolor absoluto recorriendo todos los huesos del cuerpo. Eso duró unos veinte segundos, luego, únicamente el zumbido".

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