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sábado, 23 de julio de 2011

Los Casos de Woodchat Shrike: Una Casita de Campo cerca de Stevenage (7).

"-Mira, todo lo que tienes que hacer es amarrar al tipo de los tobillos, las muñecas y la cintura. Del resto me encargo yo. Es muy probable que se resista, pero me han asegurado que tú tienes experiencia en este tipo de trabajos y no te van a temblar las piernas.

-Bueno, he hecho algo parecido alguna que otra vez.

-Sí, eso tengo entendido.

-Oye, ya que esto va a ser tan irregular, ¿por qué no atamos al fulano ahora, que está adormilado?

-No, el encargo exige que el tío esté despierto durante todo el proceso, quieren que se entere.

¿Quién quería que se enterara? Sabía que, de momento, no había respuesta, y posiblemente jamás la hubiera. Pero estaba claro que, fuera quien fuera, era de los nuestros y estaba mucho más alto que yo, por lo que sólo me quedaba cumplir con mi País, como el resto de la veces. Además, seguramente todo aquel asunto quedaría para siempre sepultado en ese húmedo sótano. Para siempre.

-Mira, parece que ya se va despertando, vamos a quitarle la venda. Tú hablas alemán, ¿no?

-Sí, cosas de la guerra....

-Ya, pues, de momento, no le quites la mordaza. Limítate a decirle que nos acompañe sin oponer resistencia, o será peor.

Ya, claro, peor.

Fue horrible, como nunca antes me había pasado. En cuanto recuperó la mínima consciencia, aquel hombre se lió a correr, patalear, lanzar cabezazos...La mordaza me impedía entender lo que nos intentaba decir, pero intuyo que no eran cosas bonitas. Finalmente, gracias sobre todo -he de admitir- a la hercúlea fuerza del oso yankee, conseguimos amarrar al prisionero a la silla

-Tú tampoco es la primera vez que haces esto, ¿verdad, colega? -le dije. Él se limitó a quitarse es sudar de la frente con la manga de la camisa.

Ahí estaba, listo para morir, aunque revolviéndose como una fiera acorralada, en lucha estéril contra las correas, como alguien que no se resigna a morir hasta el último segundo. Por primera vez en toda aquella montaña rusa pude dedicar unos segundos a observar al reo. Tendría unos sesenta años, aunque siempre es difícil determinar la edad exacta de una persona cuando no hace mucho de una guerra. Estaba completamente rapado, y sus ojos se clavaban en nosotros con una mirada que jamás lograré olvidar, de odio puro y desafiante. Me causó tal escalofrío, que no pude evitar manifestar externamente. Él pareció darse cuenta y se pareció burlarse bajo su mordaza. Era, lo juro, la misma risa del Diablo,

Mi compañero consultó su reloj.

-Vamos a la otra sala, están al llegar.

Otra vez "quiénes", otra vez no tenía sentido preguntar, sólo quedaba obedecer.

Pasamos a la habitación contigua y el yankee cerró la puerta. Aguardamos en silencio durante unos minutos. Detrás de la pared, se seguían oyendo la inútil pugna contra lo inevitable.

Entonces, oímos el chirrido de una puerta al abrirse en la otra sala y pasos".

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