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miércoles, 20 de julio de 2011

Los Casos de Woodchat Shrike: Una Casita de Campo cerca de Stevenage (4).

"Aterrizamos en la pista. Fuera, la más completa oscuridad, sólo rota por la mínima iluminación necesaria para posibilitar la maniobra de toma de tierra del avión. Acerqué mi reloj a la ventanilla para aprovechar ese poco de claridad. Eran casi las 5 de la mañana.

El avión rodó por la pista, hasta detenerse en lo que parecía un extremo. Uno de los militares abrió la puerta y, de un ágil salto, se plantó en el suelo. Al instante, otro le pasó una escalerilla que llevábamos dentro del avión y la puso. "En marcha", me indicó el general, y, rápidamente, todos descendimos del aparato.

Sin embargo, el piloto no había detenido los motores. Estaba claro que nuestra visita iba a ser bien corta.

Pocos segundos después, a lo lejos se empezó a escuchar el sonido de una avioneta, que fue haciéndose más nítido hasta pasar por nuestro lado y posarse en la pista del aeropuerto. De inmediato, uno de mis acompañantes encendió una linterna y sentí como el ruido de la hélice venía hacia nosotros.

Cuando la avioneta estaba ya a pocos metros, el general me dio un golpe en el hombro: "vamos, ya sabe lo que tiene que hacer". La puerta se abrió y de ella surgió una forma que intuí humana. De inmediato, dos de mis compañeros de viaje la agarraron, al tiempo que yo me acercaba e, intentando vencer al motor de la avioneta, chillé: "Esté tranquilo, venga conmigo, y todo saldrá bien", una frase que había pronunciado muchas veces, tanto en alemán como en mi propio idioma, aunque ésa era la primera vez que al receptor no le quedaba menos de un minuto de vida. A toda prisa, iniciamos el camino de vuelta a nuestro vehículo, al tiempo que la enigmática avioneta aceleraba su motor y elevaba el vuelo tras haber estado en tierra apenas un par de minutos.

También en cuestión de minutos, ya estábamos de camino a casa. Nuestro misterioso pasajero estaba tranquilo, gracias sin duda al calmante que uno de mis compañeros de misión le había inyectado nada más subir. No lograba distinguir mucho de su rostro, tan solo que llevaba los ojos cubiertos con una venda e iba amordazado.

Los primeros atisbos de la claridad de un nuevo día llamaron mi atención a través de la ventanilla. A juzgar por la dirección de que venían, volábamos hacía el Nordeste, y, tomando en cuenta lo que había durado el vuelo de ida, nuestro fugaz encuentro con la avioneta posiblemente había tenido lugar en alguna parte de la Península Ibérica o el Norte de África.

Uno aprende ese tipo de cosas en el ejército".

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