"Me condujeron por un intrincado laberinto subterráneo de pasillos hasta llegar a un despacho no muy diferente de las celdas con las que tan familiarizado estoy. Allí, un pez muy gordo de uniforme me recibió. Conocía lo suficiente los engranajes de la maquinaria del Gobierno de su Majestad para intuir que aquel tipo tampoco iba a arrojar mucha luz sobre todo aquel asunto, y no me equivoqué. Se limitó a alabar mi trayectoria al servicio de la Reina y el País y a indicarme que, de nuevo, mis servicios eran requeridos en una misión de extrema delicadeza. De momento, no hacia falta que supiera más, tan sólo debía limitarme a ponerme un uniforme militar que tenían preparado y a acompañarles. Por último, recalcó que todo aquello debía mantenerse en el más estricto y escrupuloso de los secretos.
Por supuesto.
Un discreto automóvil con matrícula militar nos trasladó a una base de la Real Fuerza Aérea, cuyo nombre no pude distinguir, pues ya era bien de noche. Allí, un avión de transporte nos esperaba ya listo en cabecera de pista. Sin perder ni un solo segundo, embarcamos y, en cuestión de minutos, ya sobrevolábamos el paisaje nocturno inglés, con una oscuridad sólo rota de vez en cuando por las luces de los pequeños pueblecitos.
Volamos en silencio, puesto que los rostros serios y tensos de mis compañeros de viaje no invitaban a la conversación. Tampoco tenía el más mínimo sentido formular preguntas que de sobra sabía que no iban a encontrar respuesta.
Tan sólo quedaba esperar el final de aquel misterioso e incierto viaje.
Tras unas horas, note como el aparato comenzaba su descenso. En ese momento, el pez más gordo se acercó a mí y me habló al oído.
-Vamos a recoger a una persona que sólo habla alemán. Quiero que usted le indique en ese idioma que este tranquilo y que nos acompañe sin oponer resistencia.
-De acuerdo.
¿Por eso me habían llamado, porque hablaba alemán? Sin duda, algo más debía de haber detrás de todo aquello. Pero, de momento, lo único que podía hacer era obedecer la orden y esperar acontecimientos".
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