"Llamaron a la puerta mientras estaba enfrascado en la más delicada etapa del disecado de un águila. No estoy acostumbrado a que me interrumpan mientras trabajo, seguramente porque recibo pocas visitas. Clamé por un poco de paciencia, pero los insistentes golpes en la puerta no parecían tenerla. Con un enfado que me crecía por las sienes, me dirigí a abrir.
Dos militares de semblante serio esperaban al otro lado. Me llamaron por mi nombre y me indicaron que debía acompañarles de inmediato. Aquello me sorprendió en extremo, pues mis "encargos de parte de la Reina" solían llegar por correo y con tiempo más que de sobra.
-¿De qué va esto?
-Limítese a acompañarnos, capitán.
-Hace tiempo que deje el ejército, señores.
-Pues considere que ha vuelto, al menos por un par de días.
-¿De qué va todo esto?
-Se le explicará cuando lleguemos a nuestro destino. De momento, síganos.
Con gesto de fastidio y confusión cogí la chaqueta que tenía más a mano y salí de mi casa en dirección a un coche aparcado fuera.
Mientras recorría las calles de Londres con uno de aquellos inexpresivos tipos a cada lado, repasaba mentalmente toda mi carrera militar. Aquello para mí ya era un capítulo cerrado y, honestamente, no encontraba ningún cabo suelto por el que se me pudiera pedir rendición de cuentas. Nunca se sabe, quizás habían decidido darme una medalla por algo que había hecho.
Mientras yo disimulaba la sonrisa que me había producido tan absurdo pensamiento, el coche franqueó el control de entrada a una propiedad gubernamental y aparcó discretamente en un patio trasero.
Allí me esperaban otro militar. ¡Qué importante me debía de haber vuelto sin yo saberlo!"
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