Dicen que en los colegios les lavan(mos) el cerebro a los niños desde bien chiquititos.
De entrada, resulta difícil creer que una criatura de tres años tenga porquería que lavar dentro de su cabecita. Y, en cualquier caso, si algo sucio hubiese, igual es que ya lo trae de fuera.
Dicho lo cual, lo que para unos es vil lavado de cerebro, para otros son ideas sanas, positivas y esenciales para el correcto desarrollo integral del niño.
En otras palabras, que enseñar que hay un Dios que es Amor, es una intolerable vergüenza para unos, y algo básico y elemental para otros.
Pero si uno dice que hay muchas maneras de interpretar ese Amor (y que todo el mundo es libre de definir cuál es la suya), los que antes te criticaban ahora se ponen de pie para aplaudirte, y a los otros ya no les parecerá tan básico ni tan elemental. Muy al contrario, dirán que se están creando monstruos degenerados que serán esclavos eternos de los más sucios vicios.
¡Qué bueno sería que hubiera colegios capaces de conjugar ambos puntos de vista, que supieran presentar todos los enfoques, y que el niño sea libre y decida!
Lamentablemente, eso supondría que en la clase se dijeran cosas "absolutamente intolerables y repugnantes, las cuales constituyen un auténtico escándalo". Sí, eso manifestarían los intolerantes de ambos extremos (posiblemente, en multitudinaria manifestación, autocares de provincias incluidos).
En cualquier caso, y no es la primera vez que lo digo, gracias por el piropo, pero los profes no tenemos ese inmenso poder de adoctrinamiento que tantos nos conceden.
Créame usted que no (aunque usted no sea creyente).
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