-Pero, flotar, lo que se dice flotar, flota, ¿no?
-Hombre, pues sí.
-Y si no lo hago yo, ¿lo va a hacer alguien?
-Hombre, pues no.
-¡Pues ya está!
-Pero, es que ni yo ni nadie le vemos la utilidad a esto.
-¡Anda que será éste el primer trabajo inútil!
-Pero, ¿te pagan por hacer esto?
-¡Anda, claro, como a cualquier funcionario!
-¡¿Cómo?!, ¡que hay plaza oficial!
-Por supuesto, que uno es de todo menos tonto.
Eleuterio Parencieña nació con vocación de atracador de bancos, pero como a él no le gustan los tiros ni en película, se dedica a tirar bancos del parque al muelle del puerto, para luego arrimarlos y atarlos con gruesas maromas para que no se escapen.
Recibe por ello su mensualidad de funcionario, cargo que obtuvo en bien ganada plaza convocada por un cuñado suyo que es pez gordo de la administración. Convocada de un día para otro, pero convocada al fin y al cabo. Convocada en una hoja parroquial, pero convocada al fin y al cabo.
Así que, ya ve, con su oficio de atracador bancario público, Eleuterio nos atraca a todos un poco cada día. No es el único, pero sí quizás, el más descarado de todos. Pero, insisto, que no es el único.
Aunque, eso sí, sin derramar una gota de sangre. Las cosas como son.
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