¿Cuántas visitas son necesarias para despojar a las más sublimes obras de arte de toda su mágica exquisitez?
¿Cuánto tiempo pasa antes de que el más bello de los paisajes se vuelve un poster con vistas a la monotonía?
Esa es la duda que me asalta, si llegará un momento en que los guías turísticos estén tan hartos de ver siempre lo mismo, que acaben no viéndolo.
Y si esto en efecto ocurre, ¿se sentirán como unos traidores por mirar a la Alhambra sin que se les encienda el alma? ¿Caerán en depresión porque ya le han visto mil veces los mil matices a las Meninas?
Todo esto agudizado por visitas que son siempre todas calcadas: los mismos chistes previsibles del graciosillo del grupo, las mismas preguntas de siempre de la señora curiosa, las puntualizaciones impertinentes del listillo de turno, la lucha constante para que "no hagan fotos, por favor, que aquí está prohibido" y ellos siguen dándole al flash.
En efecto, me parece a mí que eso de ser guía turístico no está pagado, lo intuyo por la mirada de resignado aburrimiento con la que se sientan a tomarse el bocadillo con refresco, a menudo dando la espalda al tan fascinante monumento.
Y es sin duda el único remedio para tan triste destino, tomarse unas vacaciones a un país lejando y contratar un tour guiado. Descubrir nuevo arte y nuevos paisajes. Y sentirse reconforntando comprobando que uno no es el único que está hasta las narices del impresionante conjunto arquitectónico-monumental.
Mal de muchos, consuelo de guías turísticos.
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