La base de la empresa es la satisfacción de necesidades -naturales o artificiales-. Algunas son eternas, mientras que otras vienen y van.
Es por tanto, misión elemental de todo buen empresario estar al acecho, caza y captura constante de nuevas necesidades. Y, ¿qué necesidad más básica que la de que a uno le solucionen un problema?
Conclusión: cada nuevo problema es un buen negocio. Y, por pura lógica elemental, si acaba el problema, se acaba el negocio. Pero, por otra parte, si no doy una solución, también me quedo sin clientela.
¿Cómo resolver este enigma tan complejo y atrabalenguado?
Pues con una regla de oro tan sencilla y efectiva como esta: "Alivia muchísimo, pero jamás cures".
Así, uno puede hacer una respetable y lucrativa carrera empresarial cimentada en la desgracia ajena, con la ventaja adicional de permitirse el lujo de presumir de bueno buenísimo.
Pero recuerda, jamás permitas que el problema se resuelva por completo...
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