Los estudiantes de Sociología deberían hacer las prácticas en el patio de un colegio.
Ningún sitio mejor para aprender sobre el comportamiento grupal de ser humano. Allí identificará todos los conjuntos y las individualidades que los forman, en pleno proceso de implantación perpetua en las mentes de los pequeños humanos.
Patios en los que impera un reglamento ancestral y no escrito, un código de honor respetado por todos. Unas leyes que indican que los mayores juegan y los pequeños se van, que los niñas más monas se sientan en los bancos donde mejor pega el solecito, que los "rechazados por el grupo" pasean cabizbajos por las esquinas -siempre en tandas de a dos o tres y enfrascados en sus tertulias de evasión-.
Y todo, ante la vigilancia aburrida y amodorrada (o charlatana, si van en parejas) de esos guardas casuales, reticentes y resignados lamados profesores.
Pero, ante todo, una jungla donde el delito más grave y despreciado es el de ser confidente de la autoridad adulta. "¡Chivato, chivato!", le grita todo el grupo en una tétrica mezcla entre linchamiento tejano y auto de fe "a la Torquemada". ¿El castigo? El ostracismo social, la desaparición del bocadillo y algún que otro empujón (incluso una torta, en los casos más graves).
Le da igual, lo primero que hará, entre lágrimas, es ir a contárselo todo a la señorita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario