Es una norma básica: nunca crea una solemne promesa. Porque mentir es tan sencillo como prometer, y prometer es tan sencillo como hablar.
Venga de quien venga, un marido cabrón o un salvador de la patria, nunca la crea.
Y, cuanto más solemne, menos la debe creer. Prometa o jure, sin importar en nombre de quién lo haga, por mucho que sea lo más sagrado o nuestros hijos.
No le crea, amigo; no le creas, amiga.
Porque no hay mentiroso que no reincida. Ni tampoco cruel malparido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario