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martes, 17 de febrero de 2009

La Licuadora Educativa.

En realidad, nuestro sistema educativo se diferencia bien poquito de una licuadora. Le echamos de todo y le damos al botón, con la confianza de que las cuchillas harán su trabajo y nos saldrá un delicioso producto.

Cuando el niño nos sale fruta o verdura, estupendo. La maquina suena a música celestial (en la medida de las posibilidades de un pequeño electrodoméstico) y en poco tiempo nos sale un zumito o gazpacho de primera. A algunos hay que sazonarlos una pizca, pero nada más.

Cuando el niño nos sale carne, pescado o arroz, las cuchillas tienen que pelear más, pero, más o menos, obtenemos algo que se puede beber si le echamos un poco de azúcar o un mucho de sal.

El problema es que hay niños que son cocos o nueces. Con esos no hay nada que hacer. Las cuchillas pelean y pelean, pero no hay jugo que sacar y lo único que consiguen es mellarse el filo. Al vaso vacío le llaman los sesudos sociólogos "fracaso escolar". Una pena que se olviden de que los frutos secos también están bien buenos cuando uno les quita la dura cáscara.

Así que, flamante papá o mamá, cruce los dedos para que el chaval les salga naranjito. (Por mucho que esté cada vez más claro que nuestra sociedad está produciendo más zumo del que puede beber).

En otras palabras, que no tenemos un sistema educativo, sino una máquina de hacer estudiantes de primero de carrera. Craso error, señores.

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