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sábado, 21 de febrero de 2009

Historias Imaginarias de un Colegio que Jamás Existió: Germán Torreón.

La principal habilidad que todo alumno debe dominar es dosificar su esfuerzo en relación directa con sus capacidades. En otras palabras, estudiar lo justo para aprobar.

Germán Torreón no era tonto, pero tampoco tan inteligente como él se creía (todo esto es más común que el pino común). Lo que también estaba diáfano era su condición de vago de nivel internacional. No hacía nada de nada, pero los suspensos no le preocupaban, porque él era muy listo y, en cuanto se pusiera un poquito, lo sacaba sin mayor dificultad. O eso se pensaba y decía él.

La entrevista en que el director en persona le comunicó a la familia Torreón en pleno que su nene no pasaba de curso habría inspirado una tragedia al mismísimo Sófocles: el padre invocaba a los mil abogados -reclamando fotocopia compulsada de todos los exámenes para someterlos al perito escrutinio de "amigos míos, profesionales de verdad de esto"-, la madre, por su parte, ametrallaba llantos y súplicas e imploraba clemencia para su niño con la desesperación de un reo en patíbulo. Las mujeres siempre han sido más listas que los hombres.

Germán, por su parte, analizaba la situación. No le preocupaban las consecuencias sociales de todo aquello, pues sus amiguetes promocionados seguían en el mismo piso, pero si le incomodaba haber presumido de que se había hecho con ocho asignaturas en una tarde. Debería mentir y afirmar que tampoco se lo había mirado aquella vez.

Rompió a llorar para reconocer un poco el terreno. Su madre le abrazó tiernamente y su padre le afirmaba categórico que no se preocupara.

Sí, muy mal se tenía que dar aquello para no sacar un ordenador nuevo del envite. Para "quitarse el mal sabor de boca de tener que repetir".

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