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viernes, 13 de febrero de 2009

Cuando la Fuerza Deja de Acompañarte (La Luz se nos Marchó a 300.000 Kilómetros por Hora).

Siempre en el peor momento. Ese trascendental remate a puerta, esa revelación decisiva en el culebrón de moda, la partida del siglo en la Play-Station. Y, de golpe, como un tajo electrónico, oscuridad absoluta (porque, obviamente, la luz siempre se va de noche).

Lamentos disgustados, enfado atacado (por aquello de los tacos que se sueltan), pánico. ¡Que no cunda el pánico! Se inicia el lento y palpado peregrinaje al cajetín, con los golpes varios en la espinilla que dicta el reglamento. No se haga ilusiones, que por más que usted lo suba, el canalla del interruptor se vuelve a bajar las veces que haga falta.

Alguien sale al descansillo e intenta dar la luz, para ver si es de ellos. Siempre lo es. Y, así, uno tiene el tonto consuelo malsano de que la del quinto también se está perdiendo el final de la serie.

Y sólo resta tomar asiento y pacientarse. No busque ni linterna ni velas, que no tiene ni idea de dónde las guardó.

Siéntese y espere, que la luz, como los hijos vagos o las patillas largas, siempre acaba volviendo.

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