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lunes, 15 de diciembre de 2008

Yo piso la arena, pero ellos cogen las conchas.

Mentiría si negase que envidio a los argentinos.

Ante todo y sobre todo, siento una profunda admiración enrabietante por su manejo del idioma. Sí, esa gente habla Español 2.0. ¿Para qué negarlo? Una bronca tabernaría y arrabalera en Bueno Aires tiene más valor literaria que la mayoría de las sesiones del Parlamento Español. Admito que, a veces, pueden resultar un poco pesados (aunque es absolutamente falso eso de que a los soldados británicos durante la Guerra de las Malvinas les aterraba más pasar por una sesión de interrogatorio que por una de tortura), pero dominan el verbo y sus complementos con una habilidad especial. ¡Ojalá supiera de dónde carajo la sacan!

No hay duda de que gran parte de lo anterior tiene que ver con ese acento. ¡Diablos, que les pones a leer en voz alta la lista de la compra y parece un recital de poesía! Las pausas, los arrastres, el énfasis...No se enseña, va en la sangre.

También me pica el orgullo viendo que sus calles son un surtidor sin fin de máquinas de regatear, que es lo que le mola al aficionado puro al fútbol. Ahora hay mucho advenedizo que venera al medio centro o al lateral con recorrido, pero los de la vieja guardia sabemos que no hay nada como un "chupón puro" (la estirpe de los que se van de uno, se van de dos, se van de tres). ¡Eso es un futbolista admirable y lo demás son inventos para vender camisetas!

Y, como no, son consumados maestros del supremo arte del ligoteo (quizás es esto lo que más les envidio). Ninguna celtibera altiva se atreverá a admitirlo en público, pero es escuchar la caricia de ese "vos" o el hipnótico sonido "yo" y perder la dignidad y el control.

¿Hay alguna película argentina sin Alterio o/y Luppi? Todas con su momento culminante: ese diálogo estilo "nos tangaron, viejo. Nos hicieron creen que en este perro mundo había sitio para dos soñadores como vos y como yo...¡qué macana!"

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