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lunes, 8 de diciembre de 2008

30 Historias para 30 Derechos: Artículo 29.

"1. Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad.

2. En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática.

3. Estos derechos y libertades no podrán, en ningún caso, ser ejercidos en oposición a los propósitos y principios de las Naciones Unidas".

El alto de la careta de Spiderman les había dicho con un acento casi cómico que ninguno se hiciera el héroe. Demasiado tarde, Stan Jones ya lo era. Aunque nadie lo diría, tirado en el suelo y vestido con aquella sotana. La guerra tiene ese efecto en las personas: de poli-condecorado comandante de los Marines a párroco de un pueblo del sur de Wisconsin.

Seguro que el equipo de crisis parapetado tras los coches patrulla, con el sheriff Willis a la cabeza, ya estaba al tanto de su presencia dentro del banco. Y seguro que confiaban en él como la principal esperanza de los rehenes. Era bien cierto que había dejado el cuerpo hacía años, pero hay cosas que no se olvidan. Además, el enemigo no parecía de mucha envergadura.

Había un asaltante que aún ni tenía voz de hombre. Le recordaba a él la primera vez que entró en combate. La bravuconería en las palabras y en los gestos, pero los labios secos y el miedo en los ojos tras el pasamontañas. En cuanto a los otros dos; uno era corpulento, pero todo grasa y el superhéroe arácnido de mentira no sabía ni coger con propiedad la pistola con que apuntaba al asustado cajero.

El único problema era que había jurado no volver a matar, y no estaba seguro de poder recuperar el control de la situación sin romper tan solemne promesa (y algunos cuellos). Por otra parte, toda aquella gente no merecía morir, eso estaba claro. Sí, su deber era pasar a la acción, pero...cuanto más miraba al jovencito, más imágenes de sí mismo le bombardeaban la conciencia. Se había ablandado, ¡con lo que él había sido! En fin, sólo le quedaba una salida. Entrecruzo las manos y se puso a orar en busca de un poco de ayuda divina.

***

Nada más salir correteando por la puerta de cristal, una pizpireta y escurridiza reportera le atrapó con la destreza de la lengua de un camaleón a una mosca.

-Padre, apuesto a que usted rezó mucho ahí dentro, y apuesto a que no esperaba que sus plegarias tuvieran una respuesta tan rotunda y directa.

-Ciertamente, hija. Ciertamente.

¿Quién iba a imaginar que aquella mañana una delegación de cinco integrantes de la policía secreta de paso hacia Chicago también iría a sacar dinero al banco? Por el gordo y el de la perilla no pudo hacer nada, que hay gente que no tiene suerte ni para atracar. Al menos el jovencito tuvo el suficiente sentido común para rendirse antes de que le dieran matarile a él también.

Mientras se llevaban al muchacho entre un tumulto de voces y fotos, el padre Stan sonrió para sí con un punto de nostalgia. Él también se había entregado sin pegar un tiro la primera vez. Por desgracia, no aprendió la lección y salió de su breve pero doloroso cautiverio con la única obsesión de vengarse de todo y de todos. Y a fe que lo había hecho.

Iría a la cárcel a hablar con el muchacho e intentaría con todas sus fuerzas que él no cometiera sus mismos errores, aunque era plenamente consciente de que lo más seguro era que no lo lograra. ¡Perra juventud ignorante y sabionda!

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