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viernes, 28 de noviembre de 2008

30 Historias para 30 Derechos: Artículo 19.

"Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión".

El taxista reía a carcajadas; el pasajero, permanecía serio.

-¡Este Vicente es un cachondo! ¡Y el único que se atreve a decir la verdad de lo que está pasando!

El pasajero asintió sombrío. Otro sonora risotada llegó de la cabina de mandos del taxi.

-¡"El Botijero"! ¿Sabe usted quién es ese pájaro? ¡Uno de tantos que se están cargando este país! ¡Dale caña, Vicente!

El pasajero ancló la mirada en el mosaico de la ciudad tras el cristal. Cada vez disimulaba peor la molestia.

-¿Sabe usted por qué la ha puesto el mote de "El Botijero"? Porque tenía una fábrica de porcelanas en su pueblo. Y ni eso fue capaz de sacar pa'lante. La tuvo que cerrar. Se mete en política y le dan un cargo. ¡A ese inútil!

-¿Eso dice?

-Sí, ayer mismo lo comentó.

-Pues ni él inventó el apodo, ni era una fábrica, ni hubo que cerrarla. Lo de "El Botijero" se lo pusieron hace casi 40 años en un calabozo donde estaba por denunciar que habían echado injustamente a un muchacho del taller de alfarería donde trabajaba. Y el negocio no acabó siendo sólo suyo, sino de tres socios que se lo compraron al dueño arruinado. Por último, jamás quebró, lo convirtieron en el área de servicio que ahora es.

-¿Y usted cómo sabe todo eso?

-Pues porque "El Botijero" soy yo.

El parlanchín taxista se quedó mudo durante el resto del trayecto. Llegados al destino, solicitó el importe de la carrera con vergüenza y por favor.

-Tenga, quédese el cambio...Por cierto, ¿usted sabe lo que es la libertad de expresión?

-Pues...es eso de poder decir lo que a uno le da la gana, ¿no?

-Mentira, es el derecho de protestar libremente y sin miedo cuando un chaval se va al paro sólo por ligarse a la ex-novia del hijo de un empresario. Claro está que tiene un precio: recibir de labios de un presunto paladín de la libertad las mismas mofas que un día escuchaste de la autoridad chula y alcoholizada. Pero, créame, merece la pena pagarlo.

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