"Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica".
Hay cuatro tipos de presos: Los que están deseando que termine su condena, los que no saben si sobrevivirán para cumplirla, los que ni siquiera saben cuánto tiempo les queda de estar en la cárcel y los que, simplemente, no tienen constancia oficial de por qué están entre rejas, aunque tienen fundadas sospechas.
Y en este última caso estaba Omar. El sueño de salir de la cárcel era a muy largo plazo. El objetivo inmediato era entrar oficialmente en una. Pasar de aquel oscuro centro secreto de detención a una prisión como La Haya manda: con sus celdas amenazantes y frías, y su comida que asusta de asco pero no mata de hambre.
No sabía si lo iba a conseguir, pero no perdía la esperanza (aunque se le distraía un poco de rato en rato). Una acusación y un juez, eso era todo lo que le pedía al futuro. La condena era segura, pero, al menos, sabría a qué atenerse, podría planificar mínimamente su vida.
Pero mejor dejarse de elucubraciones y centrarse en lo que estamos. Ya deben ser las cinco, porque están abriendo la puerta de la celda para pegarme una paliza, como todos los días. Menos los domingos, que se conoce que libran.
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