"Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier acusación contra ella en materia penal".
Siempre se había imaginado que el Infierno era muy diferente: llamas, calderos y tridentes; aunque, por supuesto, había dejado de creer seriamente en su existencia pocos meses después de haber recibido la primera comunión.
Pero resultó ser muy real y muy sorprendente: un infinito jardín descuidado donde millones de almas deshuesadas subsistían sin otro objetivo que dejar pasar la eternidad, bajo un cielo sin amaneceres ni crepúsculos donde siempre estaba a punto de llover, pero que jamás regalaba una sola gota de agua fresca. Ni alegría ni pena; ni placer ni dolor...ni esperanza o ilusiones. Sólo vacío.
De cuando en cuando, se topaba con algún rostro conocido, pero jamás cruzaban palabra. ¿Para qué? En aquel lugar donde no ocurría nada, nunca había noticias que darse o comentar. Y el pasado era mejor ni nombrarlo.
Había dado con sus bigotes en aquel antro de la nada como resultado de un impecable proceso judicial: se escuchó a la legión de hormigas-persona que lo acusaban de haberles pisoteado la vida, del mismo modo que él pudo libremente exponer sus motivos para hacerlo. Lástima que la sed de poder y dinero no fueran un buen argumento ante aquel Juez.
Sí, aquél fue un proceso impecable. De hecho, cuando se lo llevaban los alguaciles del Diablo, él mismo chilló en un ataque de sinceridad mordaz y angustiada: "Pasé 30 años de vida ejerciendo la abogacía al más alto nivel y creo que este es el primer juicio realmente justo que he presenciado".
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