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viernes, 11 de enero de 2008

Nunca habría podido ser mujer (serían demasiadas decisiones para mí).

No sé si ser tío es mejor o peor que ser tía, pero, sin duda, es mucho más cómodo y sencillo.

Mis opciones de belleza son dos: ¿Me afeito o no me afeito? y ¿Me peino o no me peino? Compare eso con sombras de ojos, rímeles, brillitos, mechas, reflejos y un millón de estilos de peinado. Por no hablar de lo del "expediente vello".

Mis opciones de vestuario son dos: ¿Me quito o me dejo la camiseta interior? ¿Me pongo los vaqueros o el pantalón de pana? Francamente, me alegra no tener que decidir si llevo mucho o poco escote para la ocasión o si hoy me pongo o no minifalda. Por no hablar de caminar con tacones. ¿Cómo leches lo hacen sin irse de boca? (Homenaje Billy Wilder).

Todo mi equipo de supervivencia urbana cabe en un bolsillo del pantalón: las llaves de casa, algo de dinero, a veces el móvil y, como mucho, el bonometro. En cambio, mire el bolso femenino medio. ¡Diablos, si es que llevan hasta gelocatil!

Y, por último, no tengo que aguantar el constante acoso de la legión de babosos que no comprenden que si me he maquillado, me ha dado mechas, me he puesto un poquito de escote, la minifalda y el taconazo no es para despertar sus instintos de cromañón, sino porque ser mujer es genial, disfruto un montón de ello y, además, porque me da la grandísima gana...¡Y deja de mirarme las piernas, cerdo!

Pese a la plaga de metrosexualismo que nos asola, algunos irreductibles seguimos manteniendo vivo el estereotipo del "homo desastrus".

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