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martes, 1 de enero de 2008

El dinero compra hasta lo que no tiene precio.

Hay una pregunta que me gustaría hacerle a cualquier gran compositor en estado de descomposición (Ya, ya sé que este chiste es de Monty Python): ¿Cómo le sienta que una de sus obras maestras se use para intentar vender perfume?

Porque a mí, sinceramente, no me gusta. Ya que tienen tanta pasta los de las multinacionales, que paguen a compositores en activo para que las hagan músicas originales y que dejen de ser unos perfectos carroñeros culturales. Repito, a mí me repatea bien repateado ver mis músicas favoritas usadas como reclamo mercantil.

Obviamente, las casas comerciales pagan (bien, muy bien) el favor, por lo que los autoproclamados defensores de la cultura y el arte callan y cruzan los dedos para que los creativos (combinadores, más bien) decidan rescatar uno de sus olvidados temas de los años 80 en el lanzamiento de su próximo automóvil o línea de higiene íntima femenina.

Si yo fuera Ministro de Cultura, haría una Ley de Protección Artística, por la que una lista de obras maestras de todos los campos de la creación no pudieran ser usadas fuera del contexto en que su autor las concibió.

Y al día siguiente, tendría una manifestación de herederos variados en la puerta del Ministerio.

"Si consientes por un cheque que la melodía que le costó a tu abuelo noches en vela y un pedazo del alma, sea usada para convencer a las masas de que se compren un móvil; tú eres un eurero de mucho cuidado". Me disculpe el parafraseo, Mr Kipling. Por cierto, ¿cómo le sentó ver su poema anunciando carburantes?

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