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jueves, 30 de enero de 2014

Una Fortuna y una Ruina por Herencia.

-¡Menudo cochazo se gasta usted, jefe! ¿Me permite su reserva?

El conductor sonrió al tiempo que le alcanzaba la tarjeta al adulador vigilante. A la gente que tiene el Mercedes más caro de todos le gusta que se lo recuerden.

-Bienvenido al Holton Imperial Resort, señor Wayhenning. ¿No será usted familia del escritor?

El gesto del "merchenauta" se agrió.

-Era mi abuelo -contestó lacónico al tiempo que pisó el acelerador de su auto de lujo. Fin de la cháchara. Era lo malo de que tanto licenciado en Humanidades estuviera teniendo que refugiarse en ese tipo de trabajos, que tenían todos la suficiente cultura como para conocer a "El Viejo".

Pero, no obstante, era gracias al célebre -no tanto por sus libros como por un puñado de películas basadas en ellos- Herny Wayhenning se podía permitir el cochazo y el fin de semana en el Holton Imperial Resort.

Vivía de las rentas -muy bien-, aunque el habría preferido mil veces vivir de su talento, aunque fuera regular (o incluso muy mal).

Le habían publicado el primer libro, por ser quien era, pero ni siquiera un par de críticos muy amigos de su abuelo -los mismos que le habían aconsejado que no publicara aquello- le habían podido salvar del desastre.

Había escrito un segundo, pero jamás se había publicado. Es lo que tiene que la calvicie se herede, pero la genialidad no.

-Bienvenido, señor Wayhenning...No será usted...

-¡El nieto, soy el maldito nieto de mi abuelo!

-Entiendo, señor.

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