Ezequiel de Asunción acodó sus dos brazos en el respaldo de aquel banco de la capilla, en un gesto calcado al que adoptaba en la amada barra de su amadísima discoteca, y contempló a las niñas que iban a comulgar, también como si aquello fuera la -su- "Metropolian" (Metro para los amigos).
¿Quién era ésa? Le sonaba la cara -obviamente- pero, sin duda, fuera quien fuera, a esa niña le habían sentado bien las vacaciones de Navidad. Habría que hacer las averiguaciones pertinentes, que ahí estaba la perspectiva de un buen rato. Uno de tantos. Ezequiel, como a él tan a menudo le gustaba recalcar, "agrada mucho a las damitas".
Y, después de todo, ¿qué pintaba él ahí? Ya no sólo en aquella misa, sino en aquel colegio, o en cualquier otro. ¡El maldito capricho de la cursi de su madre de llevarle con los curas! ¿Qué le iban a enseñar esa panda de fracasados? ¡Él ya de sobra sabía todo lo que le sería preciso para triunfar en la vida!
Fuera de los muros de esa cárcel a la que llamaban escuela, Ezequiel era Zeko Night, un rey de la noche en ciernes. ¿Quieres entran en "Metro" sin esperar cola o que el pichadiscos ponga tu tema favorito? Habla con Zeko, Zeko controla.
Ezequiel bostezó, por si acaso alguno de los presentes pudiera sospechar que estaba mínimamente interesado en todo aquello. ¡A ver cuándo se terminaba ese peñazo de una vez! Se puso a pasear su tedio con los ojos por toda la capilla. ¡Qué sitio más feo, más aburrido y más raro! ¡Con todas esas figuritas tan extrañas!
La casa de Dios, así decían que se llamaba aquello. ¡Pues que mal anfitrión era ese tal "Dios", que no invitaba a nada a sus visitantes! ¿Cómo pretedían que creyera en ese Tipo si los resultados de tanta fe era tan poco tangibles?
Ezequiel, en su indigencia espiritual, lo tenían bien clarito: "Dios no invita a copas, así que no me interesa nada con Él".
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