-¿Desean beber algo?
Venturoso giró la cabeza hacia su abogado. Le apetecía un güisquito, pero a ver si le iba a cobrar esa gente.
-¿Es pagando? -le susurró a su asesor legal.
-No, señor Agruñol, esta gente nos convida.
¡Cómo para no convidar (después de aquellos meses, el letrado ya hablaba el lenguaje de su cliente con fluidez), con la cantidad de dinero que les iba a ingresar a los del banco aquel!
-¡Pues me va usted a poner un nacional!
-¿Perdón?
-Güisqui Dyc -preciso el abogado.
También le tocaba hacer de traductor al letrado.
-No sé si tengo de esa marca.
Normalmente, ese tipo de negocios no se riegan baratos.
-Pues lo más peleón que tenga.
El señor director se encogió de hombros. Uno cualquiera, y ya estaba.
-Sabe, jefe, a mí todo esto de los contratos de tantos papeles... En mi pueblo, las cosas entre hombres se arreglan con un apretón de manos o, como mucho, firmando algo en la servilleta de un bar. ¡Es que en allí somos muy españoles!
-Diga usted que sí, ¿cuántas le pongo de hielo?
-¡Seco, hombre, ¿no le he dicho que soy muy español?!
Alguien dijo: "si quieres saber lo que Dios piensa del dinero, echa un vistazo a la gente a la que se lo da".
No hay comentarios:
Publicar un comentario