-Mire, ese debe de ser. ¿Quién es el acompañante?
-Su padre.
Normalmente, uno iba a esas cosas con un amigo de la máxima confianza. Nadie va a suicidarse en compañía de su progenitor.
-¿Su padre?
-Exacto, sabes que yo tengo maneras de enterarme de estas cosas.
Ben creía que estaba preparado para todo en este mundo pero, claramente, este mundo le había vuelto a ganar la partida.
-¿Cómo es posible que un hombre acepte acompañar a su hijo a que le maten?
-Una muestra de amor supremo, supongo.
-¡O un absurdo capricho más que se le concede al nene!
"El Jesuita" levantó la peluda ceja y miró a Ben.
-En fin, Ben. Creo que será mejor que me acerque yo primero, en vista de lo que piensas de ese pobre muchacho y su paupérrimo padre.
"El Jesuita" tenía razón, a Ben no le quedaba otra que aceptarlo. Se había pasado de la raya.
El diálogo duró poco. A los pocos minutos, el chaval se echó a llorar en brazos de "El Jesuita". Luego, se dio un abrazo a su padre y los dos se marcharon por donde habían venido.
"El Jesuita" volvió donde Ben estaba. Sonriendo como sólo alguien que he hecho muy feliz a otra persona sabe.
-No era un pasión voluntariamente aceptada
A "El Jesuita" le encantaba hacer ese juego de palabras después de cada triunfo (pero que no se enteraran sus jefes en la tierra, aunque suponía que al del cielo le haría hasta gracia).
-Ya veo.
-Un chaval muy serio, muy responsable...De esos que piden permiso para todo. Esa era su problema que no sabía a quién pedirle permiso para ser feliz.
-¿Y usted que le ha dicho?
-Que Dios se lo da.
-Entiendo.
-Sí, ahora sólo te falta creer.
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