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sábado, 21 de diciembre de 2013

El Sprint del Central (y 3).

-Mire, ese debe  de ser. ¿Quién es el acompañante?

-Su padre.

Normalmente, uno iba a esas cosas con un amigo de la máxima confianza. Nadie va a suicidarse en compañía de su progenitor.

-¿Su padre?

-Exacto, sabes que yo tengo maneras de enterarme de estas cosas.

Ben creía que estaba preparado para todo en este mundo pero, claramente, este mundo le había vuelto a ganar la partida.

-¿Cómo es posible que un hombre acepte acompañar a su hijo a que le maten?

-Una muestra de amor supremo, supongo.

-¡O un absurdo capricho más que se le concede al nene!

"El Jesuita" levantó la peluda ceja y miró a Ben.

-En fin, Ben. Creo que será mejor que me acerque yo primero, en vista de lo que piensas de ese pobre muchacho y su paupérrimo padre.

"El Jesuita" tenía razón, a Ben no le quedaba otra que aceptarlo. Se había pasado de la raya.

El diálogo duró poco. A los pocos minutos, el chaval se echó a llorar en brazos de "El Jesuita". Luego, se dio un abrazo a su padre y los dos se marcharon por donde habían venido.

"El Jesuita" volvió donde Ben estaba. Sonriendo como sólo alguien que he hecho muy feliz a otra persona sabe.

-No era un pasión voluntariamente aceptada

A "El Jesuita" le encantaba hacer ese juego de palabras después de cada triunfo (pero que no se enteraran sus jefes en la tierra, aunque suponía que al del cielo le haría hasta gracia).

-Ya veo.

-Un chaval muy serio, muy responsable...De esos que piden permiso para todo. Esa era su problema que no sabía a quién pedirle permiso para ser feliz.

-¿Y usted que le ha dicho?

-Que Dios se lo da.

-Entiendo.

-Sí, ahora sólo te falta creer.

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