Era Rod Douglas, su entrenador.
-¿Te has enterado, Charlie?
-Sí, lo están diciendo por la radio.
-Los van a mandar a casa a todos. ¡Gilipollas! De acuerdo que las checas están muy buenas, pero perderse una final por ellas...
-¿Había muchos del relevo?
-Wheattie, Garcia y Tomashevich. El único de los cuatro que no salió de juerga fue "El Tiburón".
-O al único que no pillaron.
-Da igual, el caso es que estamos en cuadro para sustuir a los relevistas titulares: también trincaron a Dwight, Mulligan y Geldson.
-¡Joder!, ¿quién queda?
-Para eso te llamaba, Charlie. La única manera de completar el cuarteto es que entres tú.
-¿Yo? ¡Tú estás loco, Rod!
-Es lo que hay, tío, un equipo de retales...
-¡Es que son imbelices, ven una falda y se vuelven locos!
-¿Qué me dices? ¿Te animas?
-Vale, si no queda otro remedio...
-OK. Te voy a buscar en una hora.
Charlie Casiano se quedó unos minutos contemplando la pared en silencio, intentando digerir aquel inesperado volantazo del destino: de comparsa anecdótica, de elemento decorativo y testimonial acababa de pasar a la más dura de las competiciones. Iba luchar para ganar una medalla o, mejor dicho, para no ser una remora que impidiera a sus compeñeros hacerlo.
"¡Mierda, mierda, mierda, no estoy preparado para esto!"
En eso llamaron al teléfono otra vez.
-¿Si?
-Hola, Charlie, soy Stan Woods. Estamos en directo para todo el país. Charlie, no me andaré con rodeos: América necesita un relevista, ¿conoces a alguien que tenga las agallas para aceptar el reto? -preguntó al tiempo que de fondo comenzaba a sonar el himno nacional.
-Sí, claro, Stan, allí estaré.
-¡Bien hecho, muchacho, no esperábamos menos de ti! -el himno empezó a sonar más fuerte.
Confirmado: Stan Woods era el mayor meapilas teatrero de todo el planeta.
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