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sábado, 15 de septiembre de 2012

S8 (11).

No había tiempo para nada que no fuera nadar.

Nada, nada, nada.

Aunque todo la piscina chille tu nombre, aunque un coro de gargantas te marque el ritmo de las brazadas con sus vítores. O a lo mejor por eso.

¡Nada, nada, nada!

Aunque el sientas que te ahogas, sin saber si es porque el corazón se te va a salir por la boca o porque ya no te cabe más agua en los pulmones.

¡¡Nada, nada, nada!!

Aunque el primer adversario ya te ha adelantado por la derecha, y sabes que es imposible evitarlo, y sabes que no será el único.

¡¡¡Nada, nada, nada!!!

Aunque la lucha sea injusta y desigual, aunque ellos boguen con dos remos y tú sólo con uno. Aunque sientas que no puedes más, que te desmayas e incluso te tiente hacerlo.

¡¡¡¡Nada, nada, nada!!!!

Con la histérica agonía de una madre que contempla impotente cómo un perro rabioso persigue a su hijo, el público contempló a voces los últimos metros de la carrera y la titánica lucha por el bronce. La línea de llegada estaba muy cerquita, pero el alemán Kahn rebajaba distancia a cada brazada. La renta de Charlie Casiano -como la fortuna de un heredero torpe y perezoso- estaba a punto de esfumarse por completo.

De hecho, si hubieran tenido que dar una brazada más, Alemania habría sido bronce. Pero no fue así. Mala suerte, Alemania. Son las cosas del deporte.

China fue oro. Posiblemente, el primer oro anecdótico de la historia del Olimpismo. El realizador televisivo apenas les dedicó cinco segundos de cortesía en pantalla. La plata de Francia también pasó desapercibida y sólo fue celebrada por un reducido grupo de seguidores galos. Todo el público, todas las cámaras, todo el planeta estaban pendientes de Charlie Casiano.

Entonces, un agresivísimo virus de la locura se infiltró en el pabellón: Stan Woods -luciendo su equipo de hombre rana del periodismo- ya estaba intentando entrevistar a Charlie, aunque éste estaba demasiado ocupado celebrando como para hacerle caso. En eso apareció el presidente de los Estados Unidos con dos guardaespaldas. Víctima de la locura pasajera, "El Tiburón" abrazó al presidente y a la piscina que fueron los dos, ante la incredulidad de los gorilas, que no tardaron en acabar también en remojo. Esto hizo que estallara definitivamente la inaudita pandemia de chaladura colectiva: el público empezó a descender de las gradas e inició la primera invasión acuática de la historia del deporte, lanzándose en tropel a la piscina.

Una hora después, y no sin grandes dificultades para la organización, las cosas se calmaron -y secaron- lo suficiente como para que por fin se pudieran entregar las medallas. Los chinos no suelen ser personas muy expresivas, pero daba toda la sensación de que aquellos cuatro nadadores no estaban muy contentos de que se hubiera aplaudido muchísimo más fuerte al bronce que a su oro.

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