Es una de mis más poderosas convicciones (concebida, parida y criada por la observación y la experiencia): No hay vagos, tan sólo personas que no trabajan gratis.
En efecto, fíjese usted si es poderoso caballero Don Dinero, que hasta a la tan indómita Doña Pereza Dominical -sentada en su trono, que es un sofá- es capaz de doblegar, si se dan las condiciones adecuadas. En otras palabras, que tú le ofreces a un español un buen taco de billetes porque te corte el césped un domingo a las 5 de la tarde bajo el sol, y -si el grosor del efectivo es suficiente- hasta lo hace usando sus propios dientes por cuchillas.
Quizás esté ahí un grave problema nacional, que a un país con alma de destajista (la palabra existe, mírelo si no me cree), se le está pagando una nómina todos los meses.
"Bah, lo suba ahora o esta tarde, yo cobro lo mismo", esta frase ejemplifica la cuestión y la tragedia. De gente que no da el máximo que puede rendir, sino el mínimo para que no le echen porque, al fin y al cabo, "yo cobro lo mismo".
¿Significa esto que hay que matarse a trabajar, que en todos los empleos se debería cobrar sólo por productividad o resultados?
¡Hombre, tampoco es eso!, que esta última frase me ha sonado a esclavos con el pelo cortado como Cleopatra haciendo pirámides.
La solución está en la honradez con uno mismo; en no dejar que el artículo más aplicado del Estatuto de los Trabajadores sea la Ley del Mínimo Esfuerzo; en hacer todo lo que uno pueda en su trabajo, sin que el trabajo pueda contigo.
Pero, además, no es justo quejarse de que a otro países donde trabajan como fieras les vaya mejor. Nosotros mismo los hemos dicho mil veces con gesto mezcla de guasa, desprecio y rabia refiriéndonos a teutones y nipones: "¡Si es que esa gente vive para trabajar, coño!"
En resumen, que uno debería terminar el día con la sensación de que se ha ganado el jornal.
(Y el que, honrademente, no se sienta así, que me perdone pero es más ladrón que los 40 de Alí Babá juntos).
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