Los niños pequeños son los más sabios de todos, porque son los que más dudas tienen y porque no se avergüenzan de intentan buscarles respuesta.
Ramón "Monchete" Carpetell, en todo el esplendor de sus cinco añitos de pelo cortado a riguroso tazón y baby con el nombre bordado, es celebre (quizás infame sea una palabra más precisa) por su insaciable hambre de Sabiduría. Pero, no se confunda, no es de esos niños repelentes del "¿por qué, por qué, por qué?", ni muchos menos de los cursis cuya primera ocurriencia cautiva, pero a la cuarta ya se hace el nene empalagoso
No, "Monchete" es más del método experimental, y de sacar él sus propias conclusiones.
"Monchente" se enteró de que el agua moja metiéndose en un charco, y de que las cosas flotan (o no) tirándose a una piscina.
"Monchete" es un intrépido, y todos los que le rodean saben perfectamente que dejarle solo es una temeridad, porque, de lo contrario, "Monchete" descubrirá la electricidad electrocutándose.
Y con eso y con todo, "Monchete" también es dócil y recibe las regañinas como una parte más del proceso de experimentación y aprendizaje. Como algo que toca soportar de modo rutinario, pues la experiencia ya le ha enseñado que lo mejor es ponerse muy serio y dejar que la bronca entre briosa por un oído y se salga mansamente por el otro.
En el fondo, sabe que le riñen por su bien, pero el prefiere cometer sus propias equivocaciones, en vez de fiarse de la opinión de los mayores, porque, quizás, lo que a otros no les gusta puede que a él le fascine.
"Monchete", en suma, va para Premio Nóbel de Medicina, Física, Química o similar...
...si es que su propio afán de descubrimiento no acaba con él antes.
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