Si Rosales fuera de los que lloran, habría llorado, pero si limitó mirar contrariado al cielo, como si una fuerza cósmica y perversa tuviera la culpa de que él hubiera fallado el penalty.
Al final del partido, Rosales no estaba para nadie, para nadie excepto el Hermano Valerio, se entiende.
-¡Malditos penaltis!
-Bueno, pues el próximo, que lo tire otro compañero.
Rosales miró al Hermano Valerio poniendo cara de Rosales. ¿Consentir que otro se hiciera cargo de patear desde los once metros? ¡Eso es lo último que el profundo orgullo de Rosales consentiría! El religioso se limitó a sonreir.
-¡Que es broma, hombre!
-¡Meter un maldito penalty¡ ¿Cómo es posible que algo tan fácil sea tan difícil?
-Esa es la magia y el misterio del fútbol, chaval.
-¿Usted cómo los tiraba?
-¡Si cuando yo jugaba los penaltis todavía no se había inventado!
-Hablo en serio, hermano.
-Pues mira, hijo, el penalty es como la vida: el éxito viene del equilibrio: tú hoy lo has tirado con mucha frialdad -con la cabeza-, el portero se ha olido la tostada, y te la ha cazado. Pero, si lo hubieras tirado con el corazón, habrías mandado la pelota al patio de la casa de al lado. Para tirar bien un penalty es necesario equilibrar cabeza y corazón, la primera te facilita el sitio, y la segunda te da la potencia.
-¡Eso es mucho más fácil decirlo que hacerlo!
-Ya, como la mayoría de cosas en el fútbol,...y en la vida. Pero mira, lo mejor que puedes hacer es practicar mucho en los entrenamientos, ¡y teniendo presente esto que te he acabo de decir!
-De acuerdo, eso haré, Hermano.
El Hermano Valerio vio alejarse al chaval, con el nerviosismo que da el presentimiento cierto de que aquel chaval llegaría a ser un hombre que tiraría penaltis de la máxima importancia.
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