Manolo se agachó junto a la fuente y pegó un buen trago de agua. Las pipas es lo que tienen, que están buenas pero dan mucha sed, en especial si son con sal, como le gustan a Manolo. Antes, cuando era Don Manuel, era más de cubata y olivas, y eso le había hecho olvidar que lo que de verdad te quita la sed es el agua, ¡y qué rica está entonces! ¡Ni White Label con Coca-Cola ni leches, donde esté un buchito de agua fresca cuando hay calor, que se quiten los demás placeres líquidos!
Se limpió la boca con su pañuelo y prosiguió su camino. ¡Qué maravilla de parque! ¡Lo cerca que lo había tenido todo aquel tiempo y no se había dado cuenta!
De hecho, durante aquellos años, cuando Manolo era Don Manuel, hasta seis ventanas de su casa daban al parque, pero él estaba demasiado ocupado para disfrutar del panorama. En realiadad, aquellas vistan estaban para enseñárselas a las visitas, para presumir ante los presuntos amigos.
Tampoco le hacia mucho caso al parque cuando iba o venía de casa, porque se movía en coche y con prisa.
Así era la vida de Don Manuel.
Y entonces, casi de sopetón, se convirtió en Manolo. Aquella casa pasó de ser una necesidad a un lujo y la tuvo que vender para mudarse al otro extremo del parque, al lado pobre.
Ahora la casa -la pequeña casa- de Manolo no tiene ni seis ventanas ni vistas al parque. Su única fuente de luz en una ventanita que da a otras ventanitas, pero, si una se fija bien, también se puede ver el cielo.
Don Manuel nunca miraba al cielo, no sabía. Manolo ha aprendido.
El coche también desapareció, y con él las prisas. Ahora Manolo vuelve a su casita, cada tarde, dando un largo paseo, que siempre tiene por última etapa el parque.
Allí, le compra una bolsa de pipas a la señora del puesto y se las come lentamente, mientras curiosea cotillo cada latido del corazón del parque: la brisa entre los árboles, los niños que ríen y corretean, un helicóptero que sobrevuela con rumbo a nadie sabe dónde...
Manolo no echa de menos a Don Manuel, ni a su whisky caro con aceitunas, ni a su coche, ni a sus prisas, y, en especial, tampoco a las dichosas vistas a un parque que no veía.
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