-¿Y no les puede echar de allí?
-No, Señora Condesa, han alquilado el terreno, todo legal, ya lo han revisado los abogados.
La Señora Condesa frunció el ceño. A su secretario personal se le secó la boca, conocía el gesto. La Señora Condesa ni chilla ni avisa, sólo golpea y destruye.
-Pues diles a esas pandilla de picapleitos que lo conviertan en ilegal, que para eso les pago.
-Sí, Señora Condesa.
-Ah, y, de momento, consígueme un perro guardián, pero de los de verdad, uno sanguinario...De esa manera ninguno de esos guarros intentará pisar mis tierras.
-Pero, con el debido respeto, Señora Condesa, ya tiene usted un servicio de seguridad...
-Sí, pero yo quiero alguien que pueda matar generando el menor número posible de problemas legales.
-Comprendo, Señora Condesa.
Ella era así.
Entonces llegó "Auschwitz". El nombre se lo habían puesto en el centro de cría y adiestramiento, y a la nueva dueña le gustó tanto que decidió conservarlo.
Estaba todo día suelto en la zona sur de su finca, la que lindaba con el terreno alquilado por tan, en palabras de la propia Señora Condesa, "repugante gentuza".
El bicho hacia su trabajo a la perfección: ninguno de los incómodos vecinos ni tan siquiera osaba acercarse a los dominios de la Señora Condesa, y tampoco los mismos empleados frecuentaban la zona: se limitaban a tirarle la comida y salir pitando en moto.
A la única persona a la que "Auschwitz" parecía respetar a la propia Señora Condesa. Ella lo visitaba un par de veces por semana, y hasta le daba de comer personalmente, sin que el perro se atreviera ni a ladrar. Los animales tienen un olfato muy fino, y un instinto todavía más.
-¡Buen chico, buen chico!
Poco después, los abogados, por fin, hicieron su trabajo y los vecinos desaparecieron de la propiedad. La Señora Condesa sabe como engrasar la maquinaria de la ejecución de justicia.
Esa misma tarde, la Señora Condesa se dio un paseo para supervisar personalmente que aquella morralla se había ido de su vida para siempre. Alertado por el olor de su ama, "Auschwitz" llegó correteando a su encuentro.
La Señora Condesa se giró hacia uno de los hombres de seguridad que le acompañaban.
-¡Pégale un tiro a ese hijo de puta, está loco!
-Con gusto, Señora Condesa -respondió el esbirro con toda sinceridad.
"Auschwitz" se quedó tendido en el cesped, con la sangre manándole de la cabeza. La Señora Condesa sólo contrata a los mejores tiradores.
Los animales tienen un olfato muy fino, y un instinto todavía más, y "Auschwitz", en el fondo, siempre supo que debería de haber salido huyendo de aquella tiparraca nada más conocerla.
Pero era demasiado chulo para hacerlo.
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