El día que un tío bostece mientras se afeita en un anuncio de maquinillas desechables, empezaré a creer en la publicidad.
Pero no, no bostezan, ni siquiera se dignan a poner cara de sueño. Sonríen, se pasan la cuchilla por todo el rostro, ¡¡¡sonriendo!!! Yo en mi vida he hecho eso, ni creo que lo haga.
Ya sé que es costumbre publicitaria que siempre se consuma el producto con una sonrisa en los labios -por aquello de que hace bien bonito- e incluso me parece aceptable en el caso de alimentos, viajes y automóviles (mientras no se esté atrapado en un atasco), pero cuando se habla de higiene y aseo, ¿cómo es posible tolerar tanta sonrisita tonta?
No, me niego a creer que alguien se afeite, se dé desodorante o se depile las axilas con cara de profunda y mística felicidad. No, no y no: son procesos rutinarios y aburridos.
Y tampoco me parece aceptable que se cepillen los dientes y no salpiquen el espejo, o que se duchen y nunca se les acabe el gel.
Me fastidia tanta perfección publicitaria en envase de plástico.
Menos mal que siempre me quedará -para mi consuelo- la publicidad de papel hugiénico. Aquí no se puede mostrar al producto en acción (aunque no me negará que tendría su gracia ver al musculitos o la belleza de turno limpiándose con la reglamentaria sonrisa en los lábios), aquí hay que ponerse metafóricos.
Suavidad, longitud y resistencia, eso es lo que se le pide al producto, y eso se promete a través de bellas imágines de animalitos varios correteando entre metros y metros de papel de un rosa cursi oscuro.
Una lastima, insisto, que nadie se atreva a anunciar el papel higiénico de una manera más directa y gráfica, seguro que estaria en boca de todo el mundo (el anuncio, no el papel, se entiende) y el producto se haría inmensamente popular.
Aunque, pensándolo dos veces, casi mejor que no lo hagan: seguro que acabarían plantando el anuncio en cuestión a la hora de comer.
Y mi sentido del escrúpulo no está ya para estos sobresaltos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario