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martes, 15 de mayo de 2012

Confesiones (2).

-Venga, hijo, sácalo todo, sin miedo, ¡libérate de la pesada carga que llevas a los hombros! La misericordia del padre es infinita, en él no encontrarás nada que no sea comprensión, alivio y perdón. 

-¡Váyase al carajo, cura cabrón!

-¿Por qué eres así? ¡¿Es que no te das cuenta que lo único que consigues es hacerte más daño a ti y a tu familia, además de traicionar a tu patría?! En fin, si me quieres escucharme, me voy.

-¡Cabo, déle más, a ver si por fin recapacita! -terció el capitán.

El sacerdote abandonó la salita dando un portazo. Éste ahogó el sonido del primer grito de dolor, pero no de los siguientes.

Mientras se alejaba por el pasillo, un soldado ojeroso se acercó al sarcedote:

-Padre, ¿tiene un minuto?

-Bueno, soldado, que sea rápido, que no me quiero perder el partido contra Perú del Mundial. ¡Nos jugamos pasar a la final de nuestro Mundial!

-Padre, llevo aquí sólo un par de días y...

-¿Y qué?

-Todos esto que hacemos aquí...darle descargas eléctricas a esos pobres muchachos...¿Seguro que esto está bien, padre?

-Bien, no, hijo, ¡muy bien! ¿Acaso ignoras quién es esa gentuza? ¡Son traidores a la Patria, que nos matarían a ti y a mí si tuvieran oportunidad de hacerlo, que violarían a tu madre, a tu hermana, a tu novia...! Esto que estamos haciendo, hijo, es salvar a la fe y a la nación. ¡Siéntete muy orgulloso de ello!

El soldado se limitó a asentir pesaroso. El sacerdote le dio un chachete de cariño:

-¡Arriba esa cabeza, carajo, que eres un héroe!

El muchacho vio como el cura se alejaba por el pasillo, con el paso apresurado de los que no quieren perderse el fútbol. Se puso de rodillar y comenzó a rezar:

"Padre Nuestro que estás en los cielos..."

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