-Ave María Purísima.
El Padre José conocía la voz de sobra, y la esperaba. Aun así, la liturgia es la liturgia, por mucho que él no fuera el cura más ortodoxo del mundo.
-Sin pecado concebida.
-Ya sabe lo que le voy a contar, Padre.
-Sí, pero sólo he oído la versión de los medios de comunicación, y de esos no me fio un pelo. Quiero oirlo de tus labios, si es que así lo deseas.
-La verdad es que está vez no han mentido, puede que hayan exagerado un poco, pero no han mentido.
-La exageración es una forma de mentira, hijo.
-Ya...El caso es que estoy muy arrepentido...Me gustaría no haberme dejado llevar por la ira, pero ahora no puedo hacer nada...Sólo hacer frente a las consecuencias de mis actos...Rendir cuentas ante los hombres y ante Dios...
-¡Ahora el que exagera eres tú, hijo, que ni has matado ni has robado!
-¡Pero he deshonrado un templo, la Casa del Señor!
El penitente, inspector de policia por más señas, había interrumpido una ceremonia de primeras comuniones, había esposado al oficiante frente al altar y se lo había llevado detenido de la iglesia. Oficialmente, el portavoz de la policía había justificado todo aquello porque "existía riesgo de fuga", pero el sacerdote tenía los setenta bien cumplidos y resultaba muy difícil tragarse eso. De hecho, las intrucciones habían sido esperar hasta el final de la ceremonia y llevárselo con la máxima discrección. Y, desde luego, jamás con las esposas puestas.
-Venga, hijo, sácalo todo, sin miedo, ¡libérate de la pesada carga que llevas a los hombros! La Misericordia del Padre es infinita, en Él no encontrarás nada que no sea comprensión, alivio y perdón.
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