Jilgueñano Malaguitos es funcioanrio de carrera del Cuerpo General de Descuideros del Estado, sección Aeroportuaria y, como tal, su misión es garantizar que todas y cada una de las personas que pisan el aeropuerto donde está destinado -Plasencia, en este caso- disfruten de la posibilidad de que su equipaje sea total o parcialmente sustraído a la mínima distracción.
Jilgueñano inició estudios primarios el colegio de la Santa Orden de la Paciencia, pero como la Paciencia -incluso la Santa- tiene un límite, es expulsado a los pocos meses de ingresar. Pasa entonces a la escuela que los Hermanos del Sagrario tenían cerca de su casa, pero también es expulsado después de una violentísisma pelea en el patio. De nada sirvieron el parte de lesiones que presentaba Jilgueñano ni el testimonio de al menos dos testigos oculares de que empezó el Hermano Ambrosio.
Es entonces cuando, por fin, Jilgueñano encuentra la estabilidad académica de manos de la Institución Elemental de Formación General Velez-Pardillo (I.E.F.G.V). Allí, pasa horas y horas en el patio jugando al fútbol, todas ellas lectivas. En la cancha, su juego no pasa desapercibido para el entrenador del equipo escolar. "Es el peor jugador que he visto en 30 años", afirma.
De la I.E.F.G.P pasa a la Institución Secundaria de Formación Capitán Horteley (I.S.F.C.H), donde termina el bachillerato. De allí, ingresa en la Universidad Estatal Cabo Pérez Williams (U.E.C.P.W), donde inicia estudios universitarios en busca de la sabiduría y los abandona dos meses después en busca y captura.
Visto que los libros no son lo suyo, comienza a abrigar el deseo de sacarse la plaza de Copista Municipal, pero estudió para la oposición y le pillaron. El golpe emocional le causó dos meses de amnesia, periodo del que Jilgueñano no guarda un buen recuerdo.
Por fin, oposita con éxito y obtiene la plaza de Descuidero del Estado, y, de paso, también obtiene un ordenador portátil que alguien había dejado un momento en el pasillo.
Su primer destino es la Estación Central de Autobuses, pero le va mal: la gente sólo deja descuidados los carritos de bebé y los de la compra. Con los nervios, Jilgueñano le pega un bocado a un recién nacido y le cambia los pañales a cien gramos de jamón serrano.
Por fin, Jilgueñano consigue el ascenso al aire y pasa a formar parte de la rama aeroportuaria, donde en la actualidad desarrolla su labor.
La pena es que el aeropuerto lleva meses cerrado y desierto de personal y maletas, pero todos sabemos que tales contratiempos no son suficientes para evitar que un funcionario ocupe a diario su puesto de trabajo, siempre fiel al compromiso adquirido.
Ni para que otros hagan que deje de hacerlo.
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