De nuevo en parroquia ajena, de nuevo protegido por la Guardia Civil, de nuevo con el dichoso pasamontañas. Ahí estaba el padre Cosme.
A ella, que le hacía ilusión bautizar al niño en la iglesia de su pueblo, esa misma donde se habían casado. Le hacía ilusión, aunque estuviera todo el pueblo en su contra.
-¿No se asustará el niño por lo del pasamontañas? ¡A ver si se va a traumatizar!
-Descuide, padre.
El padre Cosme empezó a oficiar, levantando la voz un poco más que de costumbre, por aquellos de los gritos que venían de fuera.
-¡Malnacido, esta vez no te me escapas!
El párroco titular, asomando por el mismo ventanuco románico de la otra vez.
-¡Padre, bájese y no me obligue...!
-¡Dispara, dispárame si tienes cojones!
-Joder, a ver, Corraliyeda, di por radio que bajen al pater.
-¡Además, que te estado observando y no tienes ni repajolera idea de cómo se oficia!
-¡No entre al trapo, don Cosme, no entre al trapo!
-Tranquilo, cabo..
-¡Pues es mucho mejor que tú, cura de tercera, que lo oficias todo igual, lo mismo da una boda que un funeral, igual de pesado y monótono!
-¡No me jodas, Corraliyeda, no caigas tú en la provocación!
-¡Pero si es que es verdad! No tienes matices ni registros en sus liturgias. ¡Todo igual! ¡A que usted cambia la cara y el tono de voz, padre Cosme!
-Sí, quiero pensar que sí.
-¡Pues eso!
-En fin, ¿podemos seguir con el bautizo!
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