Chiste fácil aparte, el título de la entrada de hoy es muy cierto.
La verdad que las murallas que me separaban del estudio y ejercicio de la Medicina eran múltiples e infranqueables.
De entrada, la más importante es que nunca tuve vocación (ni la más mínima).
La segunda es que, afortunadamente, nadie de mi familia me dijo aquello de: "Estudia lo que quieras, que yo te apoyo, aunque ya sabes que a mí me hace mucha ilusión que seas médico".
Para colmo, había que estudiar Matemáticas, y yo soy de Letras cerrado.
Y, para remate, yo intuyo una gota de sangre y me desmayo.
Dicho lo cual, admiro mucho a los médicos, porque hacen una labor absolutamente esencial. Al fin y al cabo, un mundo sin profesores estaría lleno de analfabetos (quizás felices), mientras que un mundo sin médicos estaría lleno de cadáveres.
La Psiquiatría es una de las especialidades que más admiro, pues es la que, en el fondo, se ocupa de las enfermedades del Alma, que es sin duda nuestro órgano más complejo.
Curiosa paradoja la de la Psiquiatría, que, mientras el resto de sus colegas trabajan con cuerpos enfermos de personas que desean continuar viviendo, a menudo trata a cuerpos sanos de personas que no desean seguir con vida.
Y, sin duda, no debe ser fácil trabajar, cuando tantas veces la solución al problema es tan sencilla y a la vez tan compleja, cuando el mismo problema es tan absurdo y tan complicado al mismo tiempo, cuando uno se da cuenta de que es absolutamente imposible razonarle a los sentimientos humanos.
Ya sé que ellos dicen que es todo cuestión de química, y que una pastilla bien recetada obra milagros, pero yo he leído demasiados libros para acabar de creerme todo eso.
No, el Alma Humana no está compuesta de ningún elemento de la Tabla Periódica.
(He releído todo esto y da la impresión de que estoy para que me encierren. No me lo tenga en cuenta, es el calor, que me embriaga las neuronas).
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